Bajo la Máscara - Capítulo 39: Regando los pétalos
Capítulo 39
Regando los pétalos
—Salón 3: 79, 80… —el delegado del salón 9 chasqueó la lengua—. ¿Tanto se van a esforzar?
Pero Qi Cheng no disminuía la velocidad. Subía y bajaba a un ritmo constante. Su barbilla superaba la barra en cada repetición. Los demás se ponían rojos y agotados con tres, pero él llevaba casi treinta y parecía que apenas estaba empezando.
¿De dónde salió este monstruo? ¡Estaba a la par de Wu Yuan!
Wu Yuan solía depender de la fuerza bruta para pelear, pero con el tiempo había aprendido a usar la técnica, logrando hacer más daño con menos esfuerzo. Ahora, sudando junto a Qi Cheng en esta competencia de dominadas, de repente recordó la época en que solo dependía de la fuerza pura.
Wu Yuan se distrajo un momento y, sin darse cuenta, se resbaló de la barra.
—¡Ajá! —Los alumnos del salón 3 comenzaron a vitorear como si ya hubieran ganado—. ¡Wu Yuan se resbaló! ¡Vamos a ganar, vamos a ganar!
—¡Un momento! —se apresuró a decir el delegado del salón 9—. No tan rápido. La diferencia entre el salón 3 y el 9 era de nueve repeticiones. A menos que Qi Cheng haga diez más, quedaremos empatados.
Qi Cheng seguía haciendo dominadas una tras otra. El sudor le corría por las mejillas, goteando desde el cuello hasta la ropa.
Wu Yuan relajó las muñecas y se concentró en contar mentalmente sus repeticiones.
—¡Hermano Qi! ¡Ya casi ganamos! ¡Solo faltan dos, dos más! —gritó Xia Li, con la voz desgarrada.
Qi Cheng completó las dos y saltó de la barra, sin intención de alardear. Los chicos del salón 3 aplaudieron y vitorearon, acercándose a chocarle la mano.
—¡Qi Cheng, eso es increíble! —¡Súper bien! ¡Nadie lo habría hecho mejor!
Qi Cheng se abrió paso entre la multitud, se sacudió las palmas rojas de las manos y sonrió a Wu Yuan, que lo miraba inexpresivo.
—Perdiste, ¿verdad?
Su tono era exasperante, como si dijera: "Lo sabía, de verdad perdiste".
—Fue un descuido —dijo Wu Yuan, frunciendo el ceño—. La próxima vez te mostraré lo que es la verdadera habilidad.
—¿La verdadera habilidad? —Qi Cheng se tocó la barbilla, fingiendo pensar—. ¿Cuántas hiciste tú?
Wu Yuan no respondió.
—Mi querido amigo —Qi Cheng negó con la cabeza, con pesar—. Tienes que saber perder.
—No acepto la derrota —bufó Wu Yuan.
—Todavía falta el juego —dijo Xia Li, acercándose desde donde estaba el profesor de educación física—. Tendrán tiempo de desempatar.
El profesor anunció al equipo ganador y los guio para reunirse con la otra profesora. A medio camino, no pudo evitar preguntarle a Qi Cheng:
—¿Quieres seguir la carrera de deportista?
—No quiere —intervino Wu Yuan, con calma—. Él va a ir a la universidad.
—Los deportistas también van a la universidad, hay muchas buenas —dijo el profesor con una sonrisa.
—La universidad a la que irá no es de ese tipo —dijo Wu Yuan—. Él no lo necesita.
La otra profesora también terminó de calificar a las chicas. Ambos organizaron a los grupos y los llevaron al césped.
—Dijimos que después de la competencia haríamos un juego —dijo la profesora, sonriendo—. Algo tradicional, sencillo y que nos ayude a ejercitarnos. Ya conocen este juego clásico, tiene un nombre elegante, pero infantil: lanzar el pañuelo.
—¿Lanzar qué? ¿Qué pañuelo?
Los alumnos de ambas clases se quedaron helados.
—Si no recuerdo mal —se giró Qi Cheng hacia Xia Li—, ¿estamos en el último año de preparatoria?
—Sí —dijo Xia Li, con una expresión compleja—. No te equivocas. Creo que la maestra se equivocó de generación.
Desde tercero de primaria, ¿quién había jugado a eso?
Los profesores ignoraron por completo sus protestas, les ordenaron formar un gran círculo de la mano y sentarse. Designaron a un representante para que lanzara el objeto. Obviamente, no era un pañuelo, sino una botella de agua vacía.
Pero, a decir verdad, aunque antes de jugar lo consideraron tonto, una vez que participaron se sumergieron por completo. La tensión se apoderó de ellos, manteniéndolos listos para saltar en cualquier momento por miedo a ser atrapados y obligados a hacer una actuación en público.
Pocos alumnos del salón 3 y el salón 9 se conocían entre sí, por lo que la botella solo circulaba entre los de su propio salón. El delegado y el representante de educación física del salón contrario se levantaban y la lanzaban al aula opuesta.
Todo el salón 3 sabía que Qi Cheng era rápido corriendo, por lo que sus compañeros no se atrevían a tirársela. Pero el delegado del salón 9 aún lo recordaba. Puso la botella de plástico vacía directamente detrás de Qi Cheng, se sentó a su lado y se rió.
—¡A correr!
Qi Cheng tomó la botella y echó a correr. Los que lo conocían tensaron el cuerpo, temiendo ser su próxima víctima.
Wu Yuan permanecía sentado con calma, aunque en realidad estaba preparado para ser él quien cayera en su trampa.
Era una sensación extraña, como si ya estuviera seguro de que Qi Cheng iría a lanzársela a él.
Una mano se posó en su hombro. Qi Cheng sonrió y se sentó a su lado.
—Qué casualidad, guapo.
Wu Yuan puso cara de pocos amigos, tomó la botella y salió corriendo.
Qi Cheng se recostó en el suelo, riendo a carcajadas. Pero su diversión duró poco. Wu Yuan regresó con una sonrisa sutil y se sentó junto a él como si nada.
—… —Qi Cheng profirió una leve maldición—. Maldita sea.
Al verlo correr, Wu Yuan pensó: Esto es… bastante divertido.
Después de la clase de educación física venía la reunión de clase. La mayoría de los alumnos se había quitado la chaqueta del uniforme. Estaban empapados en sudor escuchando al profesor Yang.
Tras resumir el trabajo de la semana anterior, el profesor Yang sonrió.
—Lang Bai nos dejó algunas fotos autografiadas para usarlas como premios de los exámenes mensuales. Habrá una para cada uno de los diez mejores de la promoción y también para los que muestren un avance significativo. Esfuércense, solo quedan dos semanas para fin de mes.
Terminado esto, antes de que terminara el turno de estudio nocturno, el profesor Yang llamó a Qi Cheng aparte en el pasillo.
—¿Cómo van las clases de tutoría con Chi Yan por la noche? ¿Sientes que están funcionando?
Qi Cheng sintió la brisa de la pequeña plaza. Después de un momento, dijo:
—Muy bien. —Pero podemos cancelarlas —se giró, miró al profesor Yang a los ojos y sonrió—. No hay que hacerle perder el tiempo al genio.
Charló un poco más con él. El profesor Yang comentó con algo de emoción:
—Los deberes que has entregado últimamente demuestran esfuerzo. ¿Tiene algo que ver la supervisión de Chi Yan?
—Sí —asintió Qi Cheng.
—Que no haya tutorías por la noche también es bueno —dijo el profesor Yang después de meditar—. Realmente ya no las necesitan. Las tareas solo se pondrán más pesadas. En la etapa en que están, el resto se logra resolviendo ejercicios para mejorar las calificaciones.
—Hagamos esto, Qi Cheng. Todas las noches revisas un tema de ensayo y me lo escribes. Me entregas cien palabras todas las noches para que las revise.
—…Creo que mejor sigo con las tutorías del genio —replicó Qi Cheng.
—No hay discusión —el profesor Yang le dio una palmada en el hombro—. Se acabaron. Vas a practicar los ejercicios y me vas a subir esa notas en Lengua.
El profesor Yang sentenció. Dicho esto, despidió a Qi Cheng y llamó a otro alumno para conversar.
Qi Cheng se sentó inexpresivo en su pupitre. Al cabo de un rato, tomó la flor del alféizar de la ventana y acarició suavemente las hojas para desahogarse.
—¿Qué te dijo el maestro? —preguntó Xia Li.
—Cien palabras de ensayo todas las noches —repitió Qi Cheng—. Todas las noches.
Xu Ning y su compañera de adelante lo escucharon y soltaron una risita, girándose para mirarlo.
—Wow, el profesor Yang es duro.
A Qi Cheng no le gustaba mucho Lengua, sobre todo los ensayos tediosos y aburridos. Comparado con las ochocientas palabras de Lengua, las ciento veinte palabras del ensayo de inglés eran angelicales.
En la narración, no tenía ideas ni historias, y en la argumentación, Qi Cheng solo sabía usar el paralelismo y las citas, al punto de querer rellenar las cien palabras solo con referencias. Se veía pomposo, pero no decía nada relevante.
En el último examen de diagnóstico, sacó 101 en Lengua, y el maestro le puso un gran 38 en el ensayo.
Eso ya era generoso, considerando que tenía buena letra.
—¿Y ahora qué harás? —Xia Li contuvo la risa—. Qi Cheng, qué mala suerte tienes.
—Los ensayos de Lengua no son tan difíciles —dijo Xu Ning, con voz dulce.
—Solo fíjate en la introducción y la conclusión.
—Tu letra es bonita. Si abordas el tema al principio y al final, sacas más de cuarenta sin problemas.
—Ese no es el problema —Xia Li señaló a Qi Cheng con el bolígrafo, quejándose—. Él nunca acierta con el tema.
—…No digas más —murmuró Qi Cheng.
Después de clase, Xia Li se lo contó a Zhu Fan y Han An como si fuera un chiste. Han An, que regresó después de servirles la comida, se quedó en su aula para comer. Al oírlo, no pudo evitar reír a carcajadas.
—Escribe bien, Qi Cheng. Eres el que nos da prestigio en el dormitorio.
Qi Cheng desenroscó la tapa de su botella, bebió un poco de agua y lo miró.
—Te compré unos cuadernos de ejercicios. Recuerda hacerlos.
—No seas así, hermano —dijo Han An—. Ni siquiera he terminado de dibujar.
—Entonces memoriza y estudia inglés —dijo Qi Cheng con calma—. Han An, después del examen unificado de diciembre, tú también te enfrentarás al examen de ingreso. El puntaje en Lengua es importante.
Han An pensó largo y tendido.
—Dime, si me voy por el examen de ingreso de la escuela…
—No —lo interrumpió Qi Cheng, negándose directamente. Se levantó para llenar el vaso de Xia Li y, al regresar, continuó—. El estilo de dibujo es diferente en cada provincia. Además, empezaste tarde. Si vas a hacer el examen de ingreso después del entrenamiento intensivo, solo hay un diez por ciento de posibilidades de que no sea un gasto de dinero.
—Soy muy malo dibujando —dijo Han An, con una mueca—. Ni siquiera estoy seguro de pasar los 180 en el examen unificado.
—Lo harás —Qi Cheng sonrió—. Confío en ti.
Movió la flor a su pupitre, frunció el ceño y echó agua con cautela.
—¿De dónde sacaste esa flor? —preguntó Han An.
—Me la regaló un mini fan —Qi Cheng sonrió, dejando la taza—. Florece alrededor de las siete de la noche.
—¿Florece de noche? —Los tres se asombraron—. ¡Wow, las apariencias engañan!
Para poder ver la flor, Zhu Fan y Xu Ning cambiaron de asiento con él. Han An planeó salir fingiendo ir al baño justo antes de las siete.
El tiempo pasó gota a gota. Había transcurrido media hora del primer turno de estudio nocturno. Qi Cheng dejó el bolígrafo y apartó el examen.
—Faltan cinco minutos —susurró Zhu Fan.
Arriba, en la sala de arte.
Han An también dejó el lápiz en secreto y se hizo pasar por alguien que iba al baño, corriendo hasta la ventana del salón 3. Se agachó y se asomó a mirar.
Los minutos y segundos se hicieron eternos bajo la expectativa de los demás.
A las siete y dos minutos, la flor se movió ligeramente.
Desplegando lentamente sus pétalos, la flor, que parecía tan común, se volvió increíblemente deslumbrante en ese instante. Los pétalos rojos se abrieron y todos los capullos florecieron uno tras otro.
—Qué belleza —exclamó Xia Li, asombrado.
Qi Cheng acarició suavemente los pelillos de la flor y tomó la taza de Xia Li. Llenó la tapa con un poco de agua y esparció gotitas con la punta de los dedos sobre cada pétalo.
Zhu Fan susurró, como si temiera asustar algo, con una expresión de perplejidad.
—Qi Cheng, ¿qué estás haciendo?
Han An estaba a punto de decir que era una manía de los artistas para hacer que las flores se vieran más hermosas con gotas de agua.
Pero Qi Cheng se adelantó:
—Los pétalos han estado cerrados todo el día. ¿Y si las hojas también necesitan absorber agua?
—… —Han An lo miró—. Casi te creo.
Qi Cheng soltó una carcajada, sacó la tarjeta de papel que le había dado su mini fan y observó la letra escrita con mucha seriedad.
Al tocarla, podía sentir las marcas profundas de la escritura. La persona que lo escribió lo había hecho con mucha fuerza.
Aunque la letra era fea, era muy diligente.
Qi Cheng le dio una palmadita a la tarjeta, la guardó en su bolsillo y tomó su teléfono para fotografiar la flor en plena floración. Quería que su mini fan viera lo bien y lo hermosa que estaba la flor en manos de su "dios masculino".
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