Bajo la Máscara - Capítulo 1: Qi Cheng
Capítulo 1
Qi Cheng
El autobús tomó la curva; un semáforo más y llegaría a la parada.
Qi Cheng dio la última calada, sujetó el cigarrillo entre dos dedos largos y delgados y lo apagó contra el bote de basura. Sacó un chicle de menta de su bolsillo y se lo echó a la boca para refrescar el aliento.
El vehículo se acercó lentamente. Con las manos metidas en los bolsillos, Qi Cheng esperó a que estuviera justo enfrente para sacar la tarjeta del monedero.
El conductor abrió la puerta y lo vio sacar la tarjeta, darle unas vueltas habituales entre los dedos y solo entonces marcar el pasaje con el pitido.
Aún estaba amaneciendo, y la primera ruta de las seis de la mañana estaba repleta en su mayoría de estudiantes.
El uniforme de la Secundaria Número 2 había sido criticado innumerables veces por los padres: completamente blanco de pies a cabeza, con el escudo en el pecho, el nombre de la escuela en letras rojas en la espalda y tres barras azules perfectamente alineadas en el brazo izquierdo. Era anticuado, se ensuciaba con facilidad, y todas las familias tenían que tener al menos dos juegos, ya que en esa época del año era necesario lavarlos casi a diario.
Qi Cheng encontró un asiento individual junto a la ventana y se recostó, apoyando el mentón en una mano mientras miraba el paisaje por la ventana sin mucho interés.
Tenía las piernas flexionadas frente a él, sin suficiente espacio para estirarse. Él también llevaba el uniforme de la Secundaria Número 2, pero el suyo estaba inmaculado, desprendiendo un olor a detergente fresco. Llevaba la chaqueta abierta, y la camisa blanca debajo también lucía el escudo escolar.
El chico sentado enfrente lo miraba una y otra vez, tapándose su propia ropa con la mochila, preguntándose por qué, siendo el mismo uniforme horrible, en él se veía mucho más elegante y atractivo.
En esa parada se pagaban dos yuanes, y la escuela estaba a trece paradas de distancia, unos veinte minutos. El tiempo suficiente para poder cerrar los ojos un rato y dormir una segunda siesta.
Dos paradas después, el autobús estaba abarrotado de estudiantes con el uniforme de la Secundaria Número 2.
El conductor gritó a todo pulmón: “¡Los que subieron atrás, pasen la tarjeta al frente!”.
El ruido y la mezcla de olor a sudor y comida llenaron el ambiente. Qi Cheng abrió los ojos, sin rastro de sueño en su mirada. Levantó la vista para verificar la hora y el nombre de la parada en el monitor, y luego se puso de pie para cederle el asiento a la chica de al lado.
La chica se sonrojó completamente y movió las manos: “No, no, compañero, no hace falta”.
“Siéntate”, dijo Qi Cheng, sujetando la barra con la mano izquierda y sonriéndole al ver el sudor que le brotaba por el dolor. “Ya vamos a llegar, yo puedo pararme un rato”.
La chica se agarró el vientre, aguantó un momento y, avergonzada, bajó la cabeza para tomar asiento.
La gente a su alrededor dirigió la mirada hacia Qi Cheng.
Era alto y tenía una buena complexión. El uniforme lograba acentuar sus hombros y su espalda. De pie, sujetando la barra con un brazo y el otro en el bolsillo, se erguía como un bambú recto y esbelto, destacándose en todo el autobús.
Qi Cheng llevó la mirada hacia la ventana, observando cómo las tiendas pasaban una tras otra. El autobús tomó una curva, y alguien con una mochila se estrelló contra su espalda, pidiendo disculpas rápidamente: “Disculpa”.
“No te preocupes”, se rio. “La curva era muy cerrada”.
El que lo golpeó se rascó la cabeza y también se echó a reír.
Diez minutos después, llegaron a la parada. Una multitud se apresuró a bajar del autobús. Qi Cheng exhaló profundamente una vez afuera. El sabor del chicle seguía ahí. Levantó la mano para mirar el reloj: 6:45 a. m. Todavía era temprano; podía pasar por el dormitorio.
La Secundaria Número 2 era un internado que otorgaba dos días y medio de descanso a fin de mes, libres desde el mediodía del viernes hasta la noche del domingo o la mañana del lunes.
Qi Cheng solo llevaba un bolso de tela cruzado, con un par de libros que había agarrado antes de salir de casa, su monedero y los cigarrillos.
El edificio de dormitorios estaba lleno de gente apresurándose al comedor para desayunar. Qi Cheng no caminaba apurado, pero llegó a su puerta rápidamente. En el momento en que abrió, los chicos, que estaban en pleno caos, lo miraron con los ojos como platos.
Al verlo, suspiraron aliviados: “Ah, ya llegaste, Qi Cheng”.
“Sí”, respondió.
Tiró el bolso en su casillero, escogió una litera inferior limpia y se sentó. Se tocó el labio con un dedo, acercándolo a su nariz, y aún podía oler un poco a humo.
Su adicción al tabaco no era grave y no dependía de la nicotina, sin embargo, tanto hombres como mujeres que lo veían fumar se sentían inexplicablemente fascinados por la imagen.
“¿Nos estabas esperando para ir a desayunar, verdad?”, preguntó Xia Li, sentándose a su lado con un aliento a pasta de dientes de menta. “Si quieres, nos vamos nosotros dos primero. Ellos todavía van a tardar un rato. Zhu Zhu sigue sentado en el inodoro”.
“De acuerdo”, dijo Qi Cheng, levantándose y haciendo que el abarrotado dormitorio pareciera aún más estrecho. Tomó otro bolso cruzado negro del gancho detrás de la puerta y se dirigió a la zona de lavado: “Voy a lavarme las manos. Dame medio minuto”.
Xia Li asintió: “Dale”.
La Secundaria Número 2 tenía dos restaurantes, uno arriba y otro abajo. El de abajo servía más platos principales, el de arriba, más aperitivos.
En el camino desde el dormitorio hasta la entrada del comedor, al menos diez compañeros lo saludaron. Xia Li, acostumbrado, se burló de él después de comprar la comida: “Si te saluda alguien más, vamos a llegar tarde hoy”.
Era finales de agosto y las clases acababan de empezar, por lo que seguían con el horario de verano. La primera clase de la mañana comenzaba a las 7:20 a. m. Después de 40 minutos de lectura, comenzaban las clases oficiales. Tenían que levantarse, lavarse, desayunar y hacer las camas antes de las 7:30 a. m. Los chicos y chicas, desesperados por dormir, preferían saltarse el desayuno para ganar unos minutos más. Con ojeras permanentes y ojos sin brillo, no necesitaban ni almohada; podían echar una siesta placentera, aunque corta, en el descanso de diez minutos.
Qi Cheng había dormido toda la mañana.
Después de la primera clase, alguien gritó afuera: “Monitor de la Clase 3, por favor, salga”.
La voz era tan clara y fresca, como un caramelo de menta que despierta a cualquiera. Qi Cheng se levantó perezosamente y caminó hacia la puerta: “El monitor no está, ¿puedo reemplazarlo por un momento?”.
Se apoyó en el marco de la puerta, con los ojos todavía somnolientos. Los pliegues apretados de la manga de su uniforme habían dejado una marca roja en su hermoso rostro. Los estudiantes de la primera fila lo espiaban a través de las rendijas de sus libros, viendo sus manos limpias y nudillos bien definidos, y luego su rostro.
El cerebrito, más frío que un cubo de hielo, asintió: “Por favor, acompáñeme a la oficina”.
Se dio la vuelta y se fue, con la chaqueta del uniforme pulcramente cerrada. Era alto y la tela elástica del pantalón escolar acentuaba la curva de sus piernas largas, que eran muy, muy rectas.
【El cerebrito que va delante será derribado en la esquina, ¿desea brindarle ayuda?】
【A. El compañero cerebrito y distante se las arreglará solo.】
【B. Más que caer al suelo de forma vergonzosa, seguro prefiere caer en mis brazos.】
Qi Cheng sonrió un poco y aceleró el paso tranquilamente.
El paso del cerebrito era rápido, pero justo en la esquina, chocó contra otro chico robusto que venía corriendo.
El impacto lo desestabilizó, y fue lanzado hacia atrás, cayendo justo en los brazos de Qi Cheng.
El fresco aroma a lavanda llenó sus fosas nasales. El cerebrito, por instinto, agarró la camiseta blanca de Qi Cheng. El interior del uniforme, impreso con el escudo de la escuela, se estiró y se deformó, dejando al descubierto una pequeña parte de su clavícula.
El cerebrito miró la piel expuesta de Qi Cheng, aturdido y sin reaccionar.
Qi Cheng lo estabilizó y luego rescató su ropa de las manos del otro: “Compañero cerebrito, tenga más cuidado”.
“Chi Yan”, dijo el cerebrito, ajustándose las gafas que se habían deslizado, con un lunar en el rabillo del ojo escondido tras el marco. “Gracias por lo de recién”.
“No hay de qué”, se rio Qi Cheng. “Solo fue un gesto reflejo”.
Siguió a Chi Yan hasta la oficina. El profesor Yang, el tutor, se sorprendió al verlo: “¿Xia Li no está?”.
“Una necesidad fisiológica”, respondió Qi Cheng, acercándose y dando unas palmaditas a la pila de tareas. “¿Es todo esto?”.
“Sí, está todo aquí. Repártelos durante el recreo”.
“Profesor, ¿leyó mi tarea con atención?”, preguntó Qi Cheng, sin apuro por irse, apoyando los brazos sobre los cuadernos y sonriendo al profesor Yang. “¿Le conmovió mi ensayo sobre la alabanza a mi maestro?”.
El viejo rostro del profesor Yang se puso rojo: “¿Estás buscando que te golpee, acaso?”.
Qi Cheng se encogió de hombros y se fue con la pila de tareas. El profesor Yang lo llamó desde atrás: “¿No vas a esperar a Chi Yan?”.
“Como usted diga”, se detuvo Qi Cheng, se dio la vuelta para mirar al profesor Yang y continuó: “Si necesita que espere, también puedo hacerlo”.
Esa era una de las cosas que lo hacía tan encantador: no importaba quién le hablara o qué le dijeran, uno siempre se sentía tratado con suma seriedad.
“No hace falta”, contestó el cerebrito con frialdad y reserva. “Gracias”.
Qi Cheng sonrió y salió de la oficina sin detenerse. Algunos estudiantes que pasaban y lo conocían le hacían un saludo con la mano.
El camino a la oficina pasaba por un espacio abierto donde muchos chicos se reunían durante el recreo para tomar el sol y charlar. Qi Cheng pasó por allí sin mirar, pero sintió un olor a cigarrillo. Giró la cabeza y entrecerró los ojos para mirar el espacio abierto.
En la esquina suroeste, un grupo de personas formaba un círculo. En el centro, sentada en el borde de un macetero, estaba la persona a la que todos rodeaban como un séquito. Tenía una pierna sobre el taburete de piedra y un cigarrillo humeante entre los dedos. El joven que fumaba tenía una apariencia tan descarada y llamativa como su postura. Con el hueso de la ceja fruncido, sus ojos reflejaban una crueldad y una indiferencia aún en desarrollo.
Era Wu Yuan, el bravucón de la Secundaria Número 2.
Qi Cheng lo miró de lejos y luego apartó la vista.
Cuando regresó al aula, Xia Li acababa de salir del baño, con el rostro pálido y débil, recostado sobre el escritorio, agarrándose el estómago. “Qué horrible es que te caiga mal la comida”.
Qi Cheng le entregó las tareas a otro compañero para que las repartiera, encontró su taza de pollito amarillo y le sirvió una taza llena de agua caliente: “Bebe mucha agua caliente”.
La yema de sus dedos estaba enrojecida por sostener el vaso de vidrio hirviendo, pero lo colocó firmemente sobre el escritorio. Xu Ning, la representante de Literatura, se dio la vuelta sonriendo y sacó un parche térmico de su pupitre: “Es un artículo esencial para chicas, Qi Cheng. Puedes dejar que Xia Li lo pruebe”.
Xia Li, mustio, dijo: “Nunca pensé que llegaría el día en que me dirías una de esas frases de hombre picaflor”.
Toda la clase sabía que Qi Cheng había trabajado a tiempo parcial como modelo de manos.
Sus manos, hiciera lo que hiciera, fascinaban a cualquiera. Xu Ning y su compañera de mesa se acercaron para enseñarle a Qi Cheng cómo usar el parche térmico. Entre risas y bromas, Xia Li de repente puso una cara horrible y salió corriendo de nuevo al baño.
El parche térmico que tenía Qi Cheng en la mano ya estaba caliente. Miró el asiento vacío a su lado y suspiró: “¿Qué diablos te comiste?”.
El chico encargado de la limpieza durante la primera clase de la mañana estaba regando agua en el pasillo. El agua de principios de otoño estaba helada. Justo cuando terminó de rociar el último tramo, Qi Cheng lo detuvo.
El chico se tensó al ser agarrado. Su cabello negro y largo cubría sus ojos y orejas, dándole un aire un tanto sombrío. Se encorvó, mirando la mano que sostenía el borde de su ropa.
“Chang Yao”, dijo Qi Cheng, sacando un pañuelo de papel y entregándoselo, y luego poniendo el parche térmico caliente en su bolsillo. “Gracias por el esfuerzo”.
Chang Yao negó con la cabeza con un movimiento apenas perceptible y luego dijo en voz baja: “Gracias”. Y se fue con paso rápido.
La autora tiene algo que decir:
Esta historia fue inicialmente una novela de "apuestas" sobre quién sería la pareja, pero debido a las intensas discusiones que afectaron la experiencia de lectura, la pareja se anunció por adelantado.
Cuando el protagonista masculino se enamora de alguien, rechaza cualquier ambigüedad. La pareja es Qi Zhong. Como ya se habían escrito 34 capítulos antes del anuncio de la pareja, la participación del receptor antes del capítulo 34 no es muy extensa. A partir del capítulo 34, se reescribirán las escenas. El receptor es un falso rival de amor y tendrá un gran desarrollo.
A partir de la mitad del libro, se mimarán el uno al otro. El receptor le enseñará el amor al protagonista.
Si abandona la lectura, le ruego que se vaya en silencio. Por favor, ofrezca un entorno positivo y respetuoso a los lectores que sí disfrutan del libro y al autor.
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